Sebastián

 sebastian

Cierro los ojos

Tengo cinco, seis años quizás. Aprovecho que papá acaba de cortar el césped para lanzar mis cochecitos por una carrera endiablada. A cada cochecito le doy el nombre de un ciclista del Tour de France, y me imagino por un momento viajando por Francia. Ese fue mi primera peregrinación. En solitario, claro.

A esta edad, aún me toca la siesta del mediodía. No quiero chinchorrear mi madre, así que cierro los ojos, otra vez.

Duermo mucho. Me despierto cambiado. He crecido tanto en altura como en timidez. La adolescencia me pega fuerte: gafas, brackets, y una musculatura de renacuajo.

Me cruzo con el teatro,  me invita a conocerme. Rechazo la oferta, la confianza en mí mismo no alcanza para convencerme. Igual, será otra vez. A falta de tener moto o novia, tengo ideales, construidos a la sombra de mi hermano grande. Y como no, tengo unas ideas mías. Como la de irme un rato al extranjero antes de acabar mis estudios. Mi primer reto, mi primer encuentro con la vida.

Me despierto otra vez. Huele a incienso. Según fuentes de confianza, esa noche he soñado en voz alta otra vez. En Alemán. Eso sí que duele. Apenas seis meses que estoy allí, y mi inconsciente se adapta más rápido que yo.

Estoy rodeado de gatos, guitarras, paredes dibujadas y compañeros de piso chéveres. Manometer, que bien me siento. Tras dos años domesticando el idioma Alemán, puedo pretender a una vida social a full. A nivel comunicacional, dejo de sentirme minusválido. Las bromas en Alemán empiezan a ser chistosas, los cines se hacen frecuentables, y las charlas ruidosas en los bares, entendibles. En un cierto momento, me toca cambiar de piso. Estos estudiantes son muy volátiles. Allí aprendo que es mejor provocar un cambio que dejarlo venir. Creo que tiene algo que ver con la autodeterminación.

Ya no quiero dormir. Quiero permanecer en esta burbuja alegre. Pero como aprendo de mis errores, acepto la llamada de los sueños, y me duermo otra vez.

Me despierto, aún un poco cansado tras un viaje en cochecito de 12 horas. No soportaba más no entender las letras de Manu Chao. Así que aquí estoy  en Barcelona. Voy al balcón, acogedor con sus calles verdes, el cielo azul y su gente que anda sin prisa. Aunque este diciembre, no me sale humito de la boca. Primer rastro de cambio. Otra cultura, otro idioma, otro trabajo… sigo con mis retos, sin miedo, ya sé que el tiempo es mi mejor aliado. Y para facilitar las cosas, había mandado poco antes de mi llegada un amigo del instituto como emisario. Le debo mucho, me ayuda a encontrar gente estupenda. Pero con mis onomatopeyas, no consigo profundizar el debate con estos personajes majos. Para facilitar mi integración en Catalunya, acepto doblegarme a la regla de la siesta. Me duermo con los ruidos de la calle, ventana abierta.

Me despierto en el paraíso, o una de sus dependencias. Una mujer bajita, con una voz suave y cantante, me prepara el desayuno. Bolón de verde, pan de yuca y yogurt de mora. Exquisito.

 A salir de casa, me encuentro con la Naturaleza. Me invita a conocernos, a condición de respetar a sus hijos. Tengo mucho tiempo libre, acepto la oferta con entusiasmo. No me cuesta entender su lenguaje. Comunicarse con ella, es observar, tomar su tiempo, escuchar no más. Así que después de un ratito, sus habitantes dejan de ser tímidos. Las aves vienen a comer migas de galletas encima de mi barriga. Las iguanas escupen a mi salud. El mundo acuático me abre sus puertas, las rayas mantas sus alas, y los jóvenes lobos marinos me muestran orgullosamente sus coreografías más locas.

Pero oficialmente, estoy aquí en misión de enseñar inglés, y aprender castellano. Claro, con esta retahíla de niños en uniforme que me miran con ojos así de grandes cada día, acabo aprendiendo mucho más de lo que les enseño. Es que los niños suelen ser generosos.

Cuando no tengo cita con la naturaleza o los escolares, comparto mi situación de privilegiado con otros ciudadanos del mundo: ecuatorianos, gringos, europeos. Pasamos buenos momentos pasándonos un frisbee sin fin. Allí me doy cuenta que si siempre encuentro a gente chévere, igual no es por casualidad. Así que tal vez, soy una persona sociable. En la última etapa de este sueño animado, una ingenua me acompaña, porque muchas veces, los sueños se hacen más tangibles juntos.

Al despertarme, me encuentro otra vez con Barcelona. Y esta vez tengo la impresión que la señora me abre sus brazos con sinceridad. O tendrá algo que ver con la confianza en mí mismo? Con el pretexto de volver a ver una amiga viajera, la vida me hace un regalo inestimable: una familia. Ni más, ni menos. De estas familias elegidas, queridas, que te hacen sentir miserable cuando no las puedes ver durante una semana. Con ella, el tiempo en Barcelona pasa volando. Una noche, al azar de un bar mítico, me cruzo otra vez con el teatro, o más bien su hermana pequeña: la improvisación. Esta vez me dejo seducir, y a los pocos tiempos me enseña a desnudarme y mirarme en el espejo sin molestia. En grande dame, ella también intenta ayudarme a actuar sin cavilar. Cada uno sus retos. A través del teatro entablo amistad con unos personajes pintorescos, fuente natural de actividades sin fin.  Acabo de descubrir mi creatividad -ya era tiempo-, aprovecho para intentar desarrollarla de varias formas, e integro una banda de música tan ambiciosa como poco talentosa. Igual, nos reímos entre dos notas discordantes. Recién me encontré con  Enriqueta y Fellini, una pareja graciosa que ocupa mi mesita de noche y me llevan al país del absurdo cuando quiero dormirme.

Joaquín

dedos

Viaje en el Tiempo

Lo que separa mi vida de migrante de mi anterior vida ha sido y es el trabajo. Todos estos años los he pasado trabajando en la hostelería. Por eso, cuando encontré este comandero perdido entre mis cosas supe que era mi objeto.

Toda la gente que he conocido desde que me fui de Málaga guarda alguna relación con mi trabajo.  A través de éste puedo reconstruir todas mis relaciones personales en Barcelona, todos mis amigos, todas mis experiencias vitales.

Rascar, arañar, penetrar en el pasado a través de ese objeto hasta llegar a mi ciudad de origen. Sacar a la luz las capas y capas que han compuesto mi historia. Los amigos olvidados, los que se fueron, los que aún me quedan aquí, todos juntos en el mismo montón con sus historias, rellenando el vacío de mi paso por Barcelona, de mi propia existencia.

Adriana

adrianaVolver a pasar por el corazón

Hace tres años pise España como puerta de entrada a un continente viejo en el que para mí era todo nuevo. En aquella ocasión mi historia se dirigía a París y recuerdo* que la bienvenida no estuvo en manos de la Guardia española que insistía en requisar mis cosas una y otra vez; sino en el momento en que vi aquel mural que me recibía fraternalmente y me recordaba en formas precolombinas y danzas mediterráneas como somos hermanas España y América.
En febrero de 2012 regresé a Europa enamorada fugazmente de una ciudad que había vivido por pocas horas pero que me había cautivado por sus formas y colores. Vine a Barcelona a estudiar jazz y llegué en el que para mí fue el día más frío del año. Mi estancia me ha ofrecido conocimiento musical pero también me ha servido para curtir el alma a punta de confrontarme con una amplia masa culturalmente diversa.
Hasta cierto punto logré hacerme un lugar en medio de la urbe, pero aún existen muchas cosas que no entiendo. Como por ejemplo: ¿Por qué deben lavar las calles todas las noches utilizando miles de litros de agua?  O como, ¿Por qué insisten en llamarle castellano al idioma Español? Son cosas que de cierta manera reflejan brechas entre las distintas formas de pensar, pero que a fin de cuentas nutren el diverso compilado social del que formamos parte. Y es que para mí encontrarme hoy en Barcelona, ha significado sobre todo un reencuentro con un origen del que no tenía consciencia antes de llegar aquí. Extrañamente surgió en mí la necesidad de vincularme con el legado cultural propio de mi país y desde mi profesión es algo que se ha convertido en una búsqueda incesante desde mi llegada.
Soy colombiana, escultora de profesión, enamorada de la cerámica y actualmente residente en España en calidad de estudiante de música. Me encuentro estudiando los ritmos del pacífico colombiano, la gaita y el maracón del atlántico. Me apasiona cortar el pelo, cosa que heredé de mi abuela paterna junto con tres pares de tijeras que sobrevivieron el Bogotazo.
Además, hago parte de una batucada brasilera tocando tambor zurdo y me gano la vida tejiendo artesanía bajo el nombre de ‘almaZen’. Ahora mismo mi vida se encuentra casi suspendida bajo una premisa de futuro incierto; aunque de momento no tengo un lugar de residencia estable tengo la certeza de viajar muy pronto a mi país. Tanta Barcelona me ha abierto el apetito de conocer la selva colombiana. He decidido que si he de regresar a Barcelona voy a adoptar un perrito. Me gustan los galgos.
____________________________________
* Recordar: del latín recordari,  que significa “volver a pasar por el corazón”

Adam

Adam

BARCELONA MI CASA

Barcelona es mi casa. Es un sitio especial para mí, sitio que me ha hecho madurar y ver cosas de otra manera. Podría incluso decir que hay un antes y después en mi vida, marcado por mi llegada aquí.

No todo es tan perfecto como me imaginaba, estando en mi barrio de casas unifamiliares, perdido en la provincia polaca, donde todo el mundo se conocía y donde cualquier signo de diferencia despertaba sospechas y, en definitiva, burlas. Desde aquella perspectiva la ciudad se me presentaba como una maravilla, perfección en todos los sentidos, sitio donde podría vivir una vida feliz e idílica. Soy un tipo 4 del Eneagrama, por si a alguien le interesa la Psicología.

Aterricé el 9 de Agosto del 2010 y desde entonces empecé a buscarme la vida. Vine para estudiar pero ese no era para mí el motivo primordial. Lo era mi condición homosexual y ganas de desarrollar libremente esta parte de mí que había permanecido tanto tiempo dormida, sino negada y apartada lejos, para no darme problemas con mi entorno.

Ahora, tras finalizar todo el proceso de autodescubrimiento (que por cierto ya empecé viviendo en Polonia) y reconocer plenamente y sinceramente lo que soy y lo que quiero ser, estoy en paz. Vivo la vida que quería vivir, aunque no sin problemas.

Mi Barcelona ideal no regala fácilmente trabajo y si, pide mucho dinero. Mi Barcelona ideal está lejos de mi familia. Mi Barcelona ideal es un horno en el verano, lleno de borrachera que busca diversión de noche por las calles y no te deja dormir. Mi Barcelona….

Basta con contras. Mi Barcelona, aunque no perfecta , ¿Qué ciudad lo es? me ha acogido y me ha ayudado ser lo que mi Polonia natal me ha negado.

Gracias, Barcelona. Espero con mi ilusión y trabajo contribuir a tu bien, para mí y para todos que acoges.

Lluc

Piedras

Si las piedras hablasen, contarían tantas historias…Eso mismo nos decían cuando estábamos en la playa, recorriéndola de punta a punta. Era una tradición familiar cuando en verano nos reuníamos todos los primos. Otros niños, jugaban con la arena. Nosotros jugábamos a ver quién era el afortunado de encontrar la piedra más bonita. Caminábamos por la orilla, mirando al suelo, el sol picando nuestras espaldas y los pies en el agua a ver que había traído el mar. Unos días nos íbamos con las manos vacías, otros días encontrábamos la playa que se había convertido en rocas y miles de cantos, y otros en los que sólo había arena. Cuando encontrábamos muchas, las metíamos en botes de cristal, y nos las llevábamos a casa. Eso sí, hacíamos una selección exhaustiva, un bote para piedras blancas, redondas y bien pullidas, otro para las más oscuras, otro para las que tuvieran algún dibujo o rayado…

Llegó un día en el que, empiezas a ver las cosas de manera diferente. Entonces fue cuando le dije a mi hermana, mientras sostenía un puñado de cantos en la mano: – Voy a dejar las piedras en el agua, que son mas bonitas.
Era consciente de que esa masa gigante y transparente se las iba a llevar seguramente a otra parte, y que al día siguiente no las volvería a ver. Aun así, creí que sería mejor que tenerlas en un bote de cristal encerrado en casa.
Con esto quiero decir que cada una de esas piedras es para mi el equivalente a una persona diferente. Y que yo, también soy una de ellas. El bote de cristal, era mi escuela, mi casa, mi isla, mi ciudad… Un lugar al que crees que perteneces, al que supuestamente perteneces. Es gracioso cuando pienso en el colegio, en una época, cuando un niño es más susceptible al hecho de pertenecer a un grupo, y en la cual me llamaban “sa forastera”, es decir, no hablaba el mallorquín, o “sa pastoreta” -este apodo, nunca lo entendí muy bien, cuando pedía explicaciones, me dijeron que era porque parecía gustarme ir de un lado a otro-… Ahora me río, pero en aquellos momentos, no me hacía ninguna gracia. Me daba vergüenza. Recuerdo cuando en clase me sacaban como el ejemplo del catalán/mallorquín mal hablado, es decir, con muchos “castellanismos”.
Estas dos pequeñas historias me hacen pensar. Una, la importancia que le he dado siempre a los idiomas extranjeros, por los que me volqué mas que con el mío propio, por conocer o escapar, no sé. Dos, como que lo mío no fue el don de la palabra, me encaminé al lugar donde podría expresarme de otra forma y con otras herramientas: el dibujo. Y tres, como “canto poco rodado” que me considero, tan igual y tan diferente como todos vosotros, me dejé llevar, y acabé en la orilla de Barcelona, lugar donde cumplí con mi objetivo, lugar de paso, de paso amplio de 8 años…
¿Y ahora qué toca? Supongo que meterme en el agua otra vez…

Collage Efímero

DSC15911CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DEL FIN

20 de Enero de 2012.

Hoy decido renunciar a esa empresa monopolio, la gran caja de mentiras, que habla de todo lo que no pasa; que tapa la violencia con un dedo. Si a México le encanta el dedo.

El 14 de Febrero, con el impulso por delante de la cabeza, llego a Madrid trabajando con una fotógrafa, a la semana a Bérgamo a montar una exposición.

El 3 de Marzo, llego a Barcelona, con el mejor pretexto, estudiar un master y perseguir una amistad.

A la semana empiezo a trabajar con judíos vendiendo planchas de pelo en la estación Sants, mudándome por ocho diferentes pisos. Diseñador, fotógrafo, escenógrafo, artista, bailarín, güerito, homosexual, pijo, chapero, guacameño, sordo, enfermo; eres del grupo de los sudacas, ahora eres un Machu-Picchu, ¿eres Marroquí?, mmm es confuso tu acento, Ah! Ya entiendo lo cosmopolita, entonces eres antropólogo.
La calle me persigue, la gente me mata; están completamente regularizados, con trazo en tinta china. Es comida congelada, Epcot Center, ¿Cuando baja el telón? ¿Dónde están los camerinos, el backstage? Debes de seguir el ritmo, sino te llevan. En las calles no se debe de ser orgánico; el petróleo asfixia. Me da miedo el fin.

El 29 de agosto, quedo ilegal, después pasar por toda una colección de oficinas burocráticas, mail, papeles, sellos y firmas; la gran respuesta fue: debes de regresar a tu país para arreglar tu documento. Gracias, primero me caso.
Ser ilegal, es como andar con un kilo de marihuana por las calles. No pasa nada, hasta que pasa.

27 de noviembre, cerca de las 17.00 horas. Con frío, lluvia y viento, en el parque Joan Miró. Encontré la pieza, la nostalgia materializada.

Lo que quiero es tener tiempo, vivir intenso, compartir mi resistencia con alguien.
Mientras más complejo más cierto. Será que quiero hacer una revolución con un par de botas altas que no me dejan mojarme en el río. ¿Hasta cuando regresaré a México? ¿Hasta que salga el nuevo presidente?

Bendita Barcelona, mi Motel de paso.

Collage Efímero
1 de Diciembre de 2012.

Beatriz

beatrizDe dentro hacia fuera

Llegué a Barcelona de casualidad. Una de esas casualidades en las que no cree la gente que no cree en las casualidades. Un pequeño fallo de proyecto, de planes, un giro, un cambio imprevisto que condiciona tu rumbo de una manera definitiva. A partir de ahí conocerás unos lugares, unas personas, construirás unas relaciones y aprenderás el mundo de una forma determinada sólo por causa de ese giro.
La primera vez que aterricé la ciudad era sólo escenario, un atrezzo bastante currado dónde supuestamente se brindaban algunas posibilidades únicas: estudiar en una universidad de mayor prestigio, acceder a una oferta cultural más amplia e interesante que en mi ciudad de origen, conocer a una cantidad de personitas variopinta y con diferentes inquietudes… y claro…como en cualquier ciudad si yo me sigo, la rutina se apodera y lo que es escenario se me queda corto.
Me mimetizo con mi anonimato y camino de puntillas. De puntillas por la ciudad, de puntillas por la vida, sin mezclarme, sin sentirla y sin sentirme parte. Rutinizo. Me atomizo. Voy y vengo, descubro a ratos. Observo con pereza. Dejo de sorprenderme. Y no es la ciudad. Soy yo.
Y cambio de ciudad. Y ese caminar con una especie de distancia entre “la realidad” y yo no desaparece.
La mirada se refresca, la forma de presentarse, el juego social. La búsqueda es otra. No está el qué sino en el cómo. Algo simple cuando se dice, realmente jodido cuando intenta practicarse. En ese punto del proceso, de intentar cambiar la mirada y no el lugar, en ese proceso de aceptar los espacios y a mí en la relación con ellos y lo que ofrecen, volví. Volví a Alicante y decidí volver de nuevo a Barcelona. Un lugar conocido pero desconocido al mismo tiempo. Un lugar que acomoda y rutiniza y que puede atraparte si te descuidas en esa alienación de “gran” capital y en el que amigos me hacen de refugio. En ese compartir las miradas crecen. Estoy intentando estar tranquila, sin querer echar a correr hacia otro lugar dónde me sentiré más parte, dónde me sentiré más yo. De dentro hacia fuera, cambiando desde ese dentro todo con lo que me relaciono.
No sé si tiene sentido. Estoy cansada por mi dura rutina de hoy y al final, lo que cuenta siempre al escribir es escupir, o intentarlo, lo que normalmente queda a medias si sólo es pensamiento.

Maite

maite1-620x413

Liquida

Vitoria, Sevilla, Italia, Perú, México, Granada y ahora Barcelona….Así leída la lista no parce tan larga, aunque cuando me paro a pensar que en los últimos 8 años he vivido en 7 ciudades diferentes, me doy cuenta de que he ido de aquí para allá, dejándome llevar por la corriente, por mis deseos de conocer y de conocerme, viajar, de ver mundo, de seguir aprendiendo, de seguir creciendo.

Siento que llevo años viviendo una vida liquida, ¿Por qué líquida? Porque los líquidos, a diferencia de los sólidos, son uniformes, se trasforman constantemente: fluyen. En cambio los sólidos son persistentes en el tiempo: duran. Creo que la metáfora de la liquidez es adecuada para expresar la naturaleza de mi trayectoria migrante, pues mi vida ha sido y es, un fluir de un lugar a otro. La corriente ha sido constante y me ha llevado conocer y a dejar lugares que me han cambiado y en los que he encontrado muchos compañeros que me han enseñado que, al igual que se necesita fluir, también se necesita un lugar sólido en el que vivir de manera plena. Se necesita un hogar, una familia y se necesitan amigos a tu lado… y que yo necesitaré las tres cosas más tarde o más temprano, sin saber que ya las tengo.

Dejarse llevar por la corriente, comenzar de cero una y otra vez, es apasionante, pero consume mucha energía. Es cierto que si no fuera por esa corriente, no sabría qué quiero de verdad, qué necesito, y cuál es mi camino a seguir en la vida, pero más cierto es aún, que las vidas líquidas parecen ideales, pero terminan siendo difíciles para el alma. Después de tanto ir y venir empiezo a sentir la necesidad de una vida sólida, aunque luchar contra la corriente que me aleja de ella no me resulta fácil… pues aún no sé cómo ser una mente líquida en un mundo sólido.

Maite Mena

Angélica

angelicaMe decías que no tuviera miedo

Me decías que no tuviera miedo, que éramos muy parecidos. Físicamente te pregunté, y culturalmente también? Venimos de sus migraciones.

A partir de ese 12 de abril de 1989 empezaron las cartas cruzadas, muchas, muchas cartas que yo leía y tiraba como una forma de desapego. Pasaron los años, nos vimos varias veces cada vez que yo iba de vacaciones. Yo había perdido un poco el acento, pero no todo, así que aquí me decían ¿De dónde eres?, y allí también. Y siguieron las cartas. Épocas difíciles allí, desesperanza y desesperación. Aquí el esplendor, el triunfo y el desarraigo.

Un día sin avisar llegaste para quedarte y trajiste contigo mis cartas, las que yo te había escrito, en este paquete, junto a tus pocas cosas. En ese momento ya no hubo necesidad de más cartas porque hablamos y hablamos y hablamos todo lo que las cartas no pudieron decir.

Compartimos la ciudad que a ti te sorprendía y te gustaba, a mí ya no. Me acompañaste en todos mis locos proyectos y mis micromigraciones. Nunca me juzgaste aunque sabías que me equivocaba. Hasta que llegó ese día temido en que decidiste volver, porque fuiste lúcido para saber que este no era tu lugar y valiente para recoger otra vez tus pocas cosas y volver a empezar.

No sé si volverá a haber cartas, este paquete quedó así, cerrado, y creo que nunca las leeré, pero aún en mi locura de indecisión siento que otra vez no habrá necesidad de cartas porque yo también regreso.