Sebastián

On julio 24, 2013 by La Quinta Pata

 sebastian

Cierro los ojos

Tengo cinco, seis años quizás. Aprovecho que papá acaba de cortar el césped para lanzar mis cochecitos por una carrera endiablada. A cada cochecito le doy el nombre de un ciclista del Tour de France, y me imagino por un momento viajando por Francia. Ese fue mi primera peregrinación. En solitario, claro.

A esta edad, aún me toca la siesta del mediodía. No quiero chinchorrear mi madre, así que cierro los ojos, otra vez.

Duermo mucho. Me despierto cambiado. He crecido tanto en altura como en timidez. La adolescencia me pega fuerte: gafas, brackets, y una musculatura de renacuajo.

Me cruzo con el teatro,  me invita a conocerme. Rechazo la oferta, la confianza en mí mismo no alcanza para convencerme. Igual, será otra vez. A falta de tener moto o novia, tengo ideales, construidos a la sombra de mi hermano grande. Y como no, tengo unas ideas mías. Como la de irme un rato al extranjero antes de acabar mis estudios. Mi primer reto, mi primer encuentro con la vida.

Me despierto otra vez. Huele a incienso. Según fuentes de confianza, esa noche he soñado en voz alta otra vez. En Alemán. Eso sí que duele. Apenas seis meses que estoy allí, y mi inconsciente se adapta más rápido que yo.

Estoy rodeado de gatos, guitarras, paredes dibujadas y compañeros de piso chéveres. Manometer, que bien me siento. Tras dos años domesticando el idioma Alemán, puedo pretender a una vida social a full. A nivel comunicacional, dejo de sentirme minusválido. Las bromas en Alemán empiezan a ser chistosas, los cines se hacen frecuentables, y las charlas ruidosas en los bares, entendibles. En un cierto momento, me toca cambiar de piso. Estos estudiantes son muy volátiles. Allí aprendo que es mejor provocar un cambio que dejarlo venir. Creo que tiene algo que ver con la autodeterminación.

Ya no quiero dormir. Quiero permanecer en esta burbuja alegre. Pero como aprendo de mis errores, acepto la llamada de los sueños, y me duermo otra vez.

Me despierto, aún un poco cansado tras un viaje en cochecito de 12 horas. No soportaba más no entender las letras de Manu Chao. Así que aquí estoy  en Barcelona. Voy al balcón, acogedor con sus calles verdes, el cielo azul y su gente que anda sin prisa. Aunque este diciembre, no me sale humito de la boca. Primer rastro de cambio. Otra cultura, otro idioma, otro trabajo… sigo con mis retos, sin miedo, ya sé que el tiempo es mi mejor aliado. Y para facilitar las cosas, había mandado poco antes de mi llegada un amigo del instituto como emisario. Le debo mucho, me ayuda a encontrar gente estupenda. Pero con mis onomatopeyas, no consigo profundizar el debate con estos personajes majos. Para facilitar mi integración en Catalunya, acepto doblegarme a la regla de la siesta. Me duermo con los ruidos de la calle, ventana abierta.

Me despierto en el paraíso, o una de sus dependencias. Una mujer bajita, con una voz suave y cantante, me prepara el desayuno. Bolón de verde, pan de yuca y yogurt de mora. Exquisito.

 A salir de casa, me encuentro con la Naturaleza. Me invita a conocernos, a condición de respetar a sus hijos. Tengo mucho tiempo libre, acepto la oferta con entusiasmo. No me cuesta entender su lenguaje. Comunicarse con ella, es observar, tomar su tiempo, escuchar no más. Así que después de un ratito, sus habitantes dejan de ser tímidos. Las aves vienen a comer migas de galletas encima de mi barriga. Las iguanas escupen a mi salud. El mundo acuático me abre sus puertas, las rayas mantas sus alas, y los jóvenes lobos marinos me muestran orgullosamente sus coreografías más locas.

Pero oficialmente, estoy aquí en misión de enseñar inglés, y aprender castellano. Claro, con esta retahíla de niños en uniforme que me miran con ojos así de grandes cada día, acabo aprendiendo mucho más de lo que les enseño. Es que los niños suelen ser generosos.

Cuando no tengo cita con la naturaleza o los escolares, comparto mi situación de privilegiado con otros ciudadanos del mundo: ecuatorianos, gringos, europeos. Pasamos buenos momentos pasándonos un frisbee sin fin. Allí me doy cuenta que si siempre encuentro a gente chévere, igual no es por casualidad. Así que tal vez, soy una persona sociable. En la última etapa de este sueño animado, una ingenua me acompaña, porque muchas veces, los sueños se hacen más tangibles juntos.

Al despertarme, me encuentro otra vez con Barcelona. Y esta vez tengo la impresión que la señora me abre sus brazos con sinceridad. O tendrá algo que ver con la confianza en mí mismo? Con el pretexto de volver a ver una amiga viajera, la vida me hace un regalo inestimable: una familia. Ni más, ni menos. De estas familias elegidas, queridas, que te hacen sentir miserable cuando no las puedes ver durante una semana. Con ella, el tiempo en Barcelona pasa volando. Una noche, al azar de un bar mítico, me cruzo otra vez con el teatro, o más bien su hermana pequeña: la improvisación. Esta vez me dejo seducir, y a los pocos tiempos me enseña a desnudarme y mirarme en el espejo sin molestia. En grande dame, ella también intenta ayudarme a actuar sin cavilar. Cada uno sus retos. A través del teatro entablo amistad con unos personajes pintorescos, fuente natural de actividades sin fin.  Acabo de descubrir mi creatividad -ya era tiempo-, aprovecho para intentar desarrollarla de varias formas, e integro una banda de música tan ambiciosa como poco talentosa. Igual, nos reímos entre dos notas discordantes. Recién me encontré con  Enriqueta y Fellini, una pareja graciosa que ocupa mi mesita de noche y me llevan al país del absurdo cuando quiero dormirme.

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