Joana

On enero 9, 2014 by La Quinta Pata

El enfrentamiento al vacío está cargado de fobias, es una lucha arbitraria que alude a

un esfuerzo de síntesis cognitiva. Es una lucha en la que ahora me envuelvo como guerrera,

es el enfrentamiento ante una hoja en blanco y sentir que caes en el vacío, es pues un caso

bastante típico entre nosotros, la fobia a empezar a escribir.

¿Cuál es mi historia, mi vida? Supongo que sólo la puedo reconstruir como un seguido

de piezas de puzzle, como un laberinto cargado de simbolismos, recuerdos y que ahora

se presentan en forma de pensamientos vagos que quién sabe si están maquillados de

imaginación.

Vuelvo a mirar a la misma hoja que me reta, y por sorpresa mía ya está más tintada

de palabras introductorias que guían a mi memoria para depositar y filtrar todos estos

pensamientos que guardan mi historia, en la medida en que va avanzando esta síntesis de mi

itinerario.

Aun así, me encuentro envuelta de incertidumbres ¿soy yo una persona migrante?

¿Cómo me puedo presentar con este atributo si toda mi vida he residido en un mismo lugar,

en mi sitio natal? Este ha sido mi mayor problema para empezar a escribir. ¿Cómo justificaría

mi historia si nunca he tenido este sentimiento de huida o despedida del lugar que me ha

visto nacer?

Las preguntas me perseguían con el mismo caudal en que sentía que tenía que ser

capaz de saber quién era. Hasta que, finalmente pensé: “Supongo que, todos nos podríamos

sentir de algún modo u otro migrantes, del vital viaje que acostumbramos llamar vida”.

Tenía una corazonada, yo también tengo una historia, un itinerario, el cual nunca le había

dado más importancia al caer en el error de pensar que el inmigrante es una clasificación

cerrada e inmutable.

Yo nací aquí en Barcelona, en el mundo del pan con tomate y los castellers, en un mundo bilingüe y Mediterráneo. Este fue mi primer viaje, el más notorio en mi vida, pero un viaje el cual nadie me había preguntado si lo quería hacer, de donde quería ser. Nadie me había contado lo que suponía nacer en un sitio u otro, ni de la importancia que en el mundo de los adultos dan a la clasificación simbólica de tu origen. Tampoco me habían contado de la existencia de estar diferenciados, de la existencia de las fronteras, ni de la decisión colectiva de que yo sería catalana… En fin, supongo que nací encontrándome desnuda y en manos de todos, de la sociedad, cargadas de símbolos culturales que poco a poco han ido incrustándose en mí. Un neonato de esponja, una tabla rasa, destinada a ser un producto social abierta a chupar todo lo necesario para ser parte del sistema y por consiguiente, sobrevivir en él.

Este episodio es el único que no puedo explicar con un recuerdo cognitivo propio, es el

único viaje contado, aunque quizá es el viaje más importante que he hecho hasta ahora.

¡Quién fuera niño para vivir con esta despreocupación de prejuicios! Vivía pues, con una etiqueta, clasificada como un código de barras. De hecho, ya lo estaba, ya hacía 9 meses que lo estaba, antes de que mis pies pudieran tocar el suelo, el suelo español, catalán, ¿Mi Patria…?

A decir verdad, mis primeros vuelos tuvieron poca persistencia en mi memoria, los hago revivir a través de las fotografías, estas imágenes de acciones muertas, congelaciones de vida. Se me hace muy complejo esto de filtrar de forma cronológica mi vida, sólo tengo sensaciones, emociones de momentos, de cambios. Lo que sí que puedo contar, son las varias transformaciones en el modo de viajar, con distintas personas y con distintas relaciones sociales.

Pasé largos años realizando con una gran carga familiar viajes turísticos, por España y Europa. Recuerdo la sensación en el período de mi adolescencia de querer ser libre. Pero este sería otro punto al que reflexionar el cual ahora no tiene cabida en este relato.

Me encuentro así a los 16 años, donde me despedí con cierto orgullo de los viajes familiares con el último que hicimos a Cabo de Gata, ya que en ese momento no tenían sentido para mí seguir viajando de ese modo, me sentía esclava, acatando la voluntad de mis padres en donde ir y qué ver, por eso empecé a vivir de una forma más personal el hecho del viaje y partiendo de cero, nos sentamos un grupo de amigas y decidimos tomar por costumbre realizar distintos viajes juntas. Tan pronto como pude dejé por voluntad propia el lazo con mis padres y empecé a volar con unas alas un poco más grandes a ver, descubrir y a perderme por mi mundo; Menorca, Mallorca, Granada, Euskalerria, Portugal, Berlín, Gran Canaria y una larga lista de lugares, olores, gentes sin ser del todo consciente me iban cargando y construyendo mi vida. Esta secuencia de espacios fueron una experiencia de vivencias compartidas entre iguales, hasta el punto que realicé un cambio en la metodología en el viaje.

En estas edades uno se encuentra siempre rodeado, en comunidad y busca el contacto con un igual. Pero me di cuenta que, cuando estaba sola me entraban monstruos…No soportaba estar sola, y esto fue mi gran motivo para empezar a construir un nuevo yo, uno que fuera más fuerte, que se sintiera a gusto y orgulloso de quién era sin la necesidad de ese “otro”. Este fue uno de los grandes pensamientos que cambiaron mi vida, viajar sola.

Esto ocurrió en dos ocasiones, a los 18, donde me embarqué a trabajar en un pequeño pueblo de Inglaterra llamado Tehlford, allí sí que me sentí sola, pero nada comparado con mi migración por un mes en tierras desconocidas y tan diferentes culturalmente como fue en Ghana. Cogí a los 19 años un avión, entre lenguas extrañas, olores fuertes y pieles oscuras.

Me encontré sola, totalmente diferenciada, me sentí observada allá donde iba, pero lo conseguí, me sentí tan feliz de estas sola conmigo misma, de ser libre en todas las decisiones que tomaba; en subir a los árboles, andar descalza, despertarme con la luz del sol, en tomar cualquier coche en cualquier dirección, en perderme y encontrarme por laberintos de tierra y asfalto, en conocer gente y aprender a no pensar. También recuerdo sentir mucha nostalgia, a querer compartir con varias personas esas experiencias que en aquel momento estaban lejos de mí. Fue mi mejor experiencia introspectiva que jamás había sentido. Me crecí, viví cada segundo todo aquello y pensé que no quería olvidar quien era entonces, que el tiempo no existía si no lo hacías existir, que solo yo era quien podía vivir mi vida, y que mis

preocupaciones del yo se podían cerrar en un cajón de algún rincón de mi cabeza.

Pero la vuelta a mi espacio natal fue la destrucción de tal paraíso, tuve sin saberlo un choque cultural con mi propia cultura (la que habían elegido que fuera la mía). Pensé que era lo suficientemente fuerte como para que eso no me derrotara, pero poco a poco, con el paso del tiempo que me mantuve aquí, con el pan con tomate, patrimonio de la humanidad, se me mezclaron tantos pensamientos contradictorios que enloquecí. Quería volver a volar, a recoger esas preciosas alas que tanta felicidad me habían dado… fui derrotada de nostalgia.

Así que decidí andar, dejando mi orgullo a un lado y andar, haciendo camino de machados y laberintos de Borges, sin saber muy bien hacia donde, reconstruyéndome, pieza por pieza, aunque algunas no las conseguí encajar muy bien y necesité un poco de tiempo para averiguar que eran de otro puzle.

Mi presente, que ya es poco a poco mi pasado, es y fue una nueva manera de pisar lo desconocido, un reto al cual nunca me había encontrado, hacer un viaje en pareja. Pintado de amor, de llanto y vivencias que eran nuevas en mi construcción del viaje. Ya a los 20, hice en este último verano un vuelo a Marruecos, cruzando de forma improvisada del mar, a las montañas hasta llegar al desierto, donde cada noche de luna mis pies, que ahora ya eran 4, creaban el camino un poco a ciegas. No sé muy bien qué palabras poner para inmortalizar este viaje en este relato, cada vez que lo pienso para recordarlo la primera imagen que veo es una luz naranja que pinta nuestros cuerpos. Creo que realmente crecimos en ese viaje, vivimos y morimos en varias ocasiones, fueron muchos viajes dentro de este todo, lleno de escenas distintas y sensaciones peculiares. Necesitaría un poco más de tiempo para hacer una síntesis, porque sólo lo podría narrar con colores, formas y acuarelas con serpientes.

¿Mi futuro?

Migrante…

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