Yaguemar

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Nacido en San Luis, Senegal en 1984, en el gueto de Guet-Ndar. Ahí creció en medio del surgimiento del movimiento Rap-Hip Hop en África, bajo la influencia de figuras míticas como Daaraj, PBS, Yatfu, y varios más en la década de los 90´.
Desde niño en la escuela ya escribía sus primeras líricas y voceros de grafiti, mientras los demás tomaban clase, él ya daba señales de su vocación al arte urbano. Black Muslim y Fawone Nack, hermanos del gueto y compañeros de proyectos urbanos artísticos.
Emprende su primera aventura en Crew con Sanu Bataxal, los cuales luego se fusionaron con Daaaray Hip Hop Scuad, Proyecto educativo de arte urbano desarrollado dentro de escuelas y centros educativos, el cual le hizo madurar como persona y artista.
Sus rimas tienen un definitivo mensaje positivo y profesa su fe en el hip hop como transformador de conciencias y realidades. La denuncia de injusticias es otro de los ingredientes de su canto, cargado de historias y caminos.
Emprende su periplo, 18 días para atravesar la frontera. Su principal objetivo era buscar casa y trabajo. Camino para saber quién es. El hombre que se conoce a sí mismo. En 2001 su primera aventura, deja sus estudios para trabajar de marinero en barcos industriales. La lucha siguió hasta 2006 que decide emprender su viaje a Europa. El mar no representaba miedo, fue su oficio de vida, amigo de las corrientes. Muchos no llegan, papeles mojados, papeles sin dueños.
En Barcelona se movió a Terrasa, donde retomó su pasión, el hip hop y tuvo la primera actuación con orquestas y varias bandas como Mbalax y Pape Divuf entre otros. Dentro de las actividades del Centro Cultural Faktoria de Art.
Las dificultades entorpecieron estas vías y otras por la ausencia de residencia, ya que para tocar en la mayoría de salas se requería tener papeles para actuar, sumado a la necesidad económica se vio obligado a apartar de momento su sueño para buscarse la vida: trabajo precario y los papeles en Tarragona. Una vez ahí, ya con la residencia en mano, se integró en el Proyecto de Arte Urbano XXL.
Volvió a Barcelona y se enteró de la existencia de Mount Zion-Call Africa-, un gueto fundado en unas naves de Poble Nou- Barcelona donde se aproximó y vivió. Ahí se encontró a muchxs personas y personajes con caminos e inclinaciones artísticas y musicales similares, ahí encontró un motivo más para cantar y escribir. Una verdadera cuna de convergencia en la multicultura migratoria en Barcelona.
Ante un desalojo injusto y una serie de promesas incumplidas y tapadas con parches por Xavier Trias y varios políticos de turno de cara a los habitantes de Mount Zion nace el crew Mount Zion Soldiers. Compuesta por varias Mcs que ahí se conocieron: Mc Ahlgo Gordo, Mc Slam Gueya, Mc Mou y Mc Lea Lane y decidieron darle voz a la lucha de sus hermanos tanto de las naves como el resto de las luchas dignas y por la dignidad. Bajo la directo y producción de Simbiosis Kolective. Se presentaron por primera vez en el Festival Esperanzah Barcelona / 2013 y a continuación hicieron un homenaje a Bob Marley en el primer Hip Hop for Change, actividad desarrollada dentro del marco de Playing for Change Ademas de su trabajo con MZ.

Mercedes

Alma migrante, cuerpo migrante

Alma migrante, cuerpo migrante, espíritu migrante… podrían ser buenas definiciones… El migrar enriquece, siempre enriquece, aunque no puedo imaginarme la dureza de la migrar involuntariamente. Me asumo como una privilegiada.
Desde pequeña sueño con viajar. Conocer nuevas culturas, ser corresponsal de guerra o reportera de National Geographic. Voy en busca, mi brújula no entiendo bien cómo funciona. No sé si quiero ir al norte, sur, al este o al oeste. Todos los destinos me parecen interesantes. Comienzo mi migración sin salir de España, viendo por la tele reportajes de lugares lejanos, pero desde el sillón de Salamanca. Esa alma viajera consigue su primer destino a los 19 años. Primer viaje en avión. Destino: Managua; destino el encuentro con el “Otro”, el choque cultural.
Migración voluntaria y para hacer voluntariado. La futura reportera pasó a ser futura enfermera…. Y la enfermera novata comienza pequeñas migraciones laborales: ámbito rural, urbano, cambiar de región dentro del mismo país. La Rioja me acoje durante dos veranos, y la enfermera se embarca en migraciones académicas.
En Salamanca no se puede estudiar Antropología Social y Cultural, y comienzo a tener complejo de caracol, con las maletas para arriba y para abajo. La mochila siempre a cuestas, pero como diría mi madre “sarna con gusto no pica”.
Migración académica a la capital. En Madrid por tres años. Muchos fines de semanas de ida y vuelta: Madrid-Salamanca-Madrid. Vivir entre 2 ciudades. En las ciudades grandes he sentido los momentos mas grandes de soledad y añoranza. Recuerdo estar en la puerta del Sol un sábado a la tarde, y sentirme sola a pesar de estar rodeada de cientos de personas. La misma imagen se repite en Paseo Marítimo de Barcelona, en algún paseo de domingo. Esa Soledad que aparece y que ayuda a descubrirme. Esté dónde esté mi mochila siempre va conmigo: mi nombre, mi cuerpo, mis circunstancias, mi pasado, mis sueños…
Entre idas y venidas, Nicaragua aparece de nuevo en el año 2005. Ay! mis 25 años celebrados en el Pacífico, soplando las velas con Luis Enrique Mejía Godoy. Regalos que aportan las migraciones!
Verano 2006, período de reflexión en Salamanca. El caracol vuelve a sus orígenes, y decide emprender una nueva migración académica. Otoño 2006, rumbo a Barcelona, en busca de un sueño. Salud Internacional se presenta como la puerta para encontrarme con ese “Otro” al que sigo buscando.
En una misma ciudad, descubrí la multiculturalidad en un grupo heterogéneo de alumnos con inquietudes similares. El cuerpo migrante decide no volar tan rápido, el alma sigue migrando, pero el cuerpo se queda en tierras catalanas.
Próximo objetivo: ser comadrona. Metamorfosis: de enfermera a Matrona. Aterrizar en el mundo de la Mujer con mayúsculas, y encontrarme en el camino con maestras que te regalan magia más allá de la ciencia. Descubrir las mujeres, descubrir sus migraciones, los nacimientos más allá de los partos. Conocer la fuerza de la mujer.
La imaginada reportera de guerra pasa a ser comadrona, con ese gusanillo de la Cooperación Internacional rondando en el cabeza. Con mi nuevo título académico ya me atrevo a ir de evaluadora en Guatemala. Período demasiado breve. Regreso a Nicaragua, esta vez Ocotal me acoge. Sigo la brújula que considero mejor en este viaje para ubicarme laboral y personalmente. El caracol quiere seguir su proceso, impaciente, incansable, como un gusano que busca transformarse en mariposa, ponerse las alas y seguir más liviana, sin tanta carga.
En esa búsqueda aparece África, ese continente que tratamos como si fuera un único país, por lo desconocido que es. ¿Cuántas Áfricas hay dentro de África? Aterrizo en Luanda. Cuando está descendiendo el avión descubro un elemento que va a formar parte de tu visión habitual: el candongueiro. Luanda está llena de minibuses blancos y azules, que son la red de transporte público-privado. Entre 5 a 8 millones de personas según las estadísticas. Un año que defino como intenso. Una experiencia mucho más personal que laboral. Hay un libro de Kapucinski sobre la Guerra de la Independencia en Angola que se titula “Un día más con vida”, y en ocasiones fue así como me sentía, pensándome como una superviviente que se amedrantaba por las realidades observadas, ni siquiera sufridas en las propia carne.
Y en esas anda mi alma migrante: vaciando y llenando la mochila. Ya son dos años y medio en Barcelona. En proceso de seguir viviendo como migrante. Disfrutando de esta Barcelona Cosmopolita y poder compartir con otras almas migrantes. Cada vez cobra más sentido la expresión “ciudadanos del mundo”.
También en mi trabajo consigo conocer a personas de diferentes sitios: asistir el parto de un pareja de Mongolia, ponerle cara a la Guerra de Siria, ubicar nuevas zonas de India, verme intentando repetir alguna palabra de urdú….. y en esas anda la soñada reportera de guerra….

Pablo

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Experiencia barceloní

Mi mirada está fija en un techo muy alto, las sábanas revueltas casi envuelven mi cuerpo,

cuando pongo mis pies en el suelo siento el frío antiguo y floreado que emiten las baldosas

típicas de l’Eixample. Es la primera vez que estoy en Barcelona y poseo un entusiasmo

desbordado producido por el subidón que produce un enamoramiento. Había venido de

visita, pero casi sin darme cuenta, se convirtió en un lugar de raíces y emblemas . Como

vengo de un lugar donde las noches estaban aderezadas por ladridos de perros, olor a leña

quemada e infinitas estrellas, nunca acepté de buena gana el ruido metálico que expulsaba

la calle Lepanto. En contra partida, ante mis ventanas, se imponían de manera impudorosa

la torres talladas a mano de la Sagrada Familia. La vi tantas veces y de todas las maneras:

en madrugadas desveladas y durante comidas alegres, mientras llovía y mientras nos

abrazábamos, cuando me derretía de tristeza o cuando me embriagaba de felicidad, mientras

fumaba y durante mis plegarias. Fue una escenografía de lujo para nuestras vivencias.

Y, a pesar de mis ínfulas o quizás justamente por ellas, la ciudad fue bastante puta conmigo.

Un espejismo encantador, misterioso y añejo que siempre pedía algo a cambio. La poderosa

energía que fluía entre sus calles vibraba bajo cada uno de mis pasos. Yo la seguía hacia el

conocimiento, la confusión y el desquicio. La seguía por sus estrechos vericuetos modernistas

y entre su fauna de gabinete de curiosidades. La seguí arduamente hasta que me encontré

conmigo mismo y, entonces, lloré sin consuelo. Un día, sin darme cuenta, aprendí a vivir con

ella, con sus promesas, sus delirios y sus cafeterías de ensueño. No recuerdo exactamente

cuando fue, pero aquel día abracé mi soledad barceloní con templanza y con un ligero sabor

a bocata de jamón de serrano. La abracé entre sus ramblas, sus culés y sus ‘si us plaus’. La

abracé respirando profundamente su cielo azul y sus noches centellantes en el Parque Güell.

Me dejé llevar por la arena de la Barcelonate y, con velocidades lentas y obturadores abiertas,

enfoqué mejor mis deseos.

La abracé y ella me abrazó. Desde entonces me convertí en un anónimo ciudadano más de

esta ciudad. Que toma el metro con prisas, que se queja del tiempo y de la política, que lee

La Vanguardia los domingos y se levanta de mala gana los lunes. Que se siente cálidamente

cobijado por la familia y rabiosamente agradecido por los fines de semana de playa.

Mi mirada mira se fija en la silueta de su dorso, como lo viene haciendo desde hace años.

Y como desde hace años, me digo a mi mismo que debería traer la cámara, pero siempre

desisto, nunca he querido perderme ni un instante de ese momento. Respiro y me dejo

acariciar. Respiro y vuelvo a respirar. Respiro y vuelta a empezar.

Milagros

Migrar para cambiar

Me llamo Milagros Lamas y tengo 28 años cumplidos hace poquito. Nací en Trujillo, la capital del departamento de La Libertad, a unos 570 kilómetros de Lima. Al mes de nacida me llevaron a Chiclayo, unos 150 km más al norte, donde viví hasta los 5 años. Siempre me jacté de haber vivido mis primeros años en un ambiente de gente sencilla, sin pretensiones ni prejuicios.

Después, Lima: la vorágine del cambio, la pretensión y arrogancia que significó un cambio con lo vivido hasta ese momento. Tuve un choque cultural fuerte, hasta que aprendí las mañas y códigos de la ciudad; cómo se tenía que ser para encajar dentro del esquema social.

Hace poco más de un año hice un viaje largo a Europa, uno de esos viajes de escapatoria, de catarsis. Estuve un mes yendo de ciudad en ciudad, conociendo y disfrutando como una local gracias a algunos amigos que sirvieron de embajadores de su tierra.

Una de las ciudades que más disfruté fue Barcelona: sus calles llenas de vida, de color, de alegría. Una ciudad que vive en comunión con el mar. Y es que siempre he vivido en ciudades contiguas al ma. No es que sea particularmente importante para mí, es más, no sé nadar-, pero creo que esta proximidad le imprime un cierto carácter a la gente que me gusta mucho.

Vine a estudiar un Máster enmarcado en mi profesión; sin embargo, como todo proyecto que embarco con entusiasmo, este empezó por donde no debería: al revés. Escogí la ciudad antes que lo que deseaba estudiar, toda mi experiencia académica iba a tener a Barcelona de telón de fondo, eso estaba decidido.

Este viaje también tiene un objetivo, una ruptura con mi vida en Lima, un giro que me saque de la rutina y el fastidio cíclico en todas sus formas. He vivido en Lima casi toda mi vida, pero hace casi dos años no me siento parte de ella. Supongo que la gran mayoría de personas ha pasado por esto, así que debo asumir que esto se supera, o es que hay mucha gente resignada en el mundo?

No malinterpretemos; me encanta mi país, me encanta mi gente, pero siento que soy yo la que está cambiando y no se encuentra a sí misma.

Hallarme, encontrar nuevamente lo que me apasiona y me mueve el pecho de alegría. Vine en busca de experiencias para crecer como persona y como pareja, mi novio se animó a venir conmigo por motivos similares. Para mí este viaje tiene una fecha de fin, fecha tras la cual regresaré con una mochila llena de recuerdos y ganas renovadas. Curada, o al menos eso espero.

Valentina

Piernas de árbol

Cuando me preguntan desde hace cuánto tiempo vivo en Barcelona, siempre tengo que parar un momento, cerrar los ojos, ir atrás en mi cabeza y luego contestar: – Algo así como 5 o 6 años. Nunca me acuerdo.
Ha pasado tiempo, y yo con los números soy muy mala. Han pasado muchos encuentros y demasiadas despedidas, pero sí que me acuerdo que llegué en invierno, un enero lleno de sol donde me sorprendió ver gente bañarse en el mar.
Llegué con una beca por la cual había postulado sin mucha convicción, y me puso frente a la decisión de tener que dejar en una semana mi querida Bologna, que me había adoptado por 7 u 8 años. Me mudé a una ciudad donde había estado unos años atrás, durante pocos días con 10 euros y una mochilla, gracias a un autostop de último minuto desde Toulouse.
En ese entonces Barcelona no me había sorprendido particularmente. No era una de los sitios donde hubiera querido vivir, me la acordaba sin identidad, caótica, con un olor feo, calles demasiado grandes, muchos coches y edificios disonantes uno al lado del otro. Me parecía un lugar que pudiera estar en cualquier parte del mundo.
A pesar de esto, no lo pensé ni un momento, preparé mi mochilla y aterricé aquí. En Barcelona echaba de menos a las callecitas románicas de Bologna, sus arcos y plazas, su arquitectura armoniosa, los edificios antiguos bajo la lluvia, mi bicicleta. Es que no me gustaba tener que caminar en el medio de tanta gente en las calles del centro y menos aún la idea de tener que pasar tiempo bajo la tierra para ir de un sitio a otro.
Muy poco a poco me he enamorado de esta ciudad, cada mes de cada año, -que siempre tenía que ser el último- porque Barcelona es una ciudad de paso. Sin embargo, me he enamorado cada día más, gracias también a la decisión de abandonar el metro y comprar una bici, y sobre todo al hecho de vivir, por primera vez en mi vida, al lado del mar.
Con el tiempo, he aprendido a apreciar su identidad variada y peculiar, a encontrar romántico este olor de especias, sudor, lejía y a veces a mar que inunda mis narices por la mañana. Y aunque sigua muy atenta de que todas mis cosas caben en una mochilla, nunca tomé la decisión de quedarme, porque el mundo es muy grande y yo muy inquieta. Tal vez porque no sabría en qué otro lugar vivir, tal vez porque me cuesta dejar todo y empezar una vez más, o porque aquí puedo tirarme al mar cuando tengo una hora libre, luego pedalear hasta el parque Ciutadella y practicar Yoga ¿En qué otra ciudad podría hacer algo así?
El verano pasado quedé asombrada cuando volví de Italia, y desde la ventanilla del avión vi el puerto y me dije: “¡Por fin casa!”

Cinthia

cinthia

Desde el otro lado

Soy Cinthia Miranda, tengo 30 años y soy de Lima, Perú.
Lima es una ciudad llena de mestizaje, es una ciudad de inmigrantes, gente de otras ciudades de Perú que se asentaron en la capital para poner en práctica eso de un futuro mejor.
Mi padre es limeño, igual que mis abuelos paternos. Es una familia típica limeña, conservan eso que llamamos criollismo, y se ve reflejado en la música, comida y tradiciones.
Mi madre es de un pueblo de la sierra, igual que sus padres y mis tíos.
Como verán yo soy producto de un mestizaje, y me siento tan orgullosa de serlo, de llevar distintas creencias culturales en mí.
Mi vida siempre ha transcurrido en Lima, es la primera vez que salgo fuera de casa y de mi país por mucho tiempo. Tomar esta decisión me dio algo de temor, irme lejos de casa, a un lugar que no conozco a nadie y nadie me conoce. Empezar de cero, dejar mi zona de confort para irme a otro continente y hacer mi vida, fue una decisión que la pensé mucho, y al final decidí que debí hacerlo, pasar por esta experiencia, experimentar y abrir los brazos al mundo.
El tema de inmigración lo he vivido muy de cerca en mi familia, debido a la terrible situación económica de los 90, muchos de mis tíos decidieron emigrar a Estados Unidos. Ser testigo de esas despedidas entre mis abuelos y sus hijos marcó mucho en mí, esas lágrimas de no saber cuándo se verán, esa preocupación de mis abuelos por saber de ellos, esas navidades que se extrañaba la ausencia de alguno, todo ese proceso lo viví, pero lo viví desde el otro lado.
Ahora, yo me encuentro en ese lado, el otro lado, el lado que uno se va a lo desconocido, a lo nuevo, y siento la preocupación de mis padres, de mi familia, por saber cómo estoy, esa sed de saber mis experiencias, y a pesar que esté tan lejos de casa, los siento más cerca, los siento tan míos, y cuando me siento sola, cierro los ojos y veo a mi familia con una gran sonrisa.

Joana

El enfrentamiento al vacío está cargado de fobias, es una lucha arbitraria que alude a

un esfuerzo de síntesis cognitiva. Es una lucha en la que ahora me envuelvo como guerrera,

es el enfrentamiento ante una hoja en blanco y sentir que caes en el vacío, es pues un caso

bastante típico entre nosotros, la fobia a empezar a escribir.

¿Cuál es mi historia, mi vida? Supongo que sólo la puedo reconstruir como un seguido

de piezas de puzzle, como un laberinto cargado de simbolismos, recuerdos y que ahora

se presentan en forma de pensamientos vagos que quién sabe si están maquillados de

imaginación.

Vuelvo a mirar a la misma hoja que me reta, y por sorpresa mía ya está más tintada

de palabras introductorias que guían a mi memoria para depositar y filtrar todos estos

pensamientos que guardan mi historia, en la medida en que va avanzando esta síntesis de mi

itinerario.

Aun así, me encuentro envuelta de incertidumbres ¿soy yo una persona migrante?

¿Cómo me puedo presentar con este atributo si toda mi vida he residido en un mismo lugar,

en mi sitio natal? Este ha sido mi mayor problema para empezar a escribir. ¿Cómo justificaría

mi historia si nunca he tenido este sentimiento de huida o despedida del lugar que me ha

visto nacer?

Las preguntas me perseguían con el mismo caudal en que sentía que tenía que ser

capaz de saber quién era. Hasta que, finalmente pensé: “Supongo que, todos nos podríamos

sentir de algún modo u otro migrantes, del vital viaje que acostumbramos llamar vida”.

Tenía una corazonada, yo también tengo una historia, un itinerario, el cual nunca le había

dado más importancia al caer en el error de pensar que el inmigrante es una clasificación

cerrada e inmutable.

Yo nací aquí en Barcelona, en el mundo del pan con tomate y los castellers, en un mundo bilingüe y Mediterráneo. Este fue mi primer viaje, el más notorio en mi vida, pero un viaje el cual nadie me había preguntado si lo quería hacer, de donde quería ser. Nadie me había contado lo que suponía nacer en un sitio u otro, ni de la importancia que en el mundo de los adultos dan a la clasificación simbólica de tu origen. Tampoco me habían contado de la existencia de estar diferenciados, de la existencia de las fronteras, ni de la decisión colectiva de que yo sería catalana… En fin, supongo que nací encontrándome desnuda y en manos de todos, de la sociedad, cargadas de símbolos culturales que poco a poco han ido incrustándose en mí. Un neonato de esponja, una tabla rasa, destinada a ser un producto social abierta a chupar todo lo necesario para ser parte del sistema y por consiguiente, sobrevivir en él.

Este episodio es el único que no puedo explicar con un recuerdo cognitivo propio, es el

único viaje contado, aunque quizá es el viaje más importante que he hecho hasta ahora.

¡Quién fuera niño para vivir con esta despreocupación de prejuicios! Vivía pues, con una etiqueta, clasificada como un código de barras. De hecho, ya lo estaba, ya hacía 9 meses que lo estaba, antes de que mis pies pudieran tocar el suelo, el suelo español, catalán, ¿Mi Patria…?

A decir verdad, mis primeros vuelos tuvieron poca persistencia en mi memoria, los hago revivir a través de las fotografías, estas imágenes de acciones muertas, congelaciones de vida. Se me hace muy complejo esto de filtrar de forma cronológica mi vida, sólo tengo sensaciones, emociones de momentos, de cambios. Lo que sí que puedo contar, son las varias transformaciones en el modo de viajar, con distintas personas y con distintas relaciones sociales.

Pasé largos años realizando con una gran carga familiar viajes turísticos, por España y Europa. Recuerdo la sensación en el período de mi adolescencia de querer ser libre. Pero este sería otro punto al que reflexionar el cual ahora no tiene cabida en este relato.

Me encuentro así a los 16 años, donde me despedí con cierto orgullo de los viajes familiares con el último que hicimos a Cabo de Gata, ya que en ese momento no tenían sentido para mí seguir viajando de ese modo, me sentía esclava, acatando la voluntad de mis padres en donde ir y qué ver, por eso empecé a vivir de una forma más personal el hecho del viaje y partiendo de cero, nos sentamos un grupo de amigas y decidimos tomar por costumbre realizar distintos viajes juntas. Tan pronto como pude dejé por voluntad propia el lazo con mis padres y empecé a volar con unas alas un poco más grandes a ver, descubrir y a perderme por mi mundo; Menorca, Mallorca, Granada, Euskalerria, Portugal, Berlín, Gran Canaria y una larga lista de lugares, olores, gentes sin ser del todo consciente me iban cargando y construyendo mi vida. Esta secuencia de espacios fueron una experiencia de vivencias compartidas entre iguales, hasta el punto que realicé un cambio en la metodología en el viaje.

En estas edades uno se encuentra siempre rodeado, en comunidad y busca el contacto con un igual. Pero me di cuenta que, cuando estaba sola me entraban monstruos…No soportaba estar sola, y esto fue mi gran motivo para empezar a construir un nuevo yo, uno que fuera más fuerte, que se sintiera a gusto y orgulloso de quién era sin la necesidad de ese “otro”. Este fue uno de los grandes pensamientos que cambiaron mi vida, viajar sola.

Esto ocurrió en dos ocasiones, a los 18, donde me embarqué a trabajar en un pequeño pueblo de Inglaterra llamado Tehlford, allí sí que me sentí sola, pero nada comparado con mi migración por un mes en tierras desconocidas y tan diferentes culturalmente como fue en Ghana. Cogí a los 19 años un avión, entre lenguas extrañas, olores fuertes y pieles oscuras.

Me encontré sola, totalmente diferenciada, me sentí observada allá donde iba, pero lo conseguí, me sentí tan feliz de estas sola conmigo misma, de ser libre en todas las decisiones que tomaba; en subir a los árboles, andar descalza, despertarme con la luz del sol, en tomar cualquier coche en cualquier dirección, en perderme y encontrarme por laberintos de tierra y asfalto, en conocer gente y aprender a no pensar. También recuerdo sentir mucha nostalgia, a querer compartir con varias personas esas experiencias que en aquel momento estaban lejos de mí. Fue mi mejor experiencia introspectiva que jamás había sentido. Me crecí, viví cada segundo todo aquello y pensé que no quería olvidar quien era entonces, que el tiempo no existía si no lo hacías existir, que solo yo era quien podía vivir mi vida, y que mis

preocupaciones del yo se podían cerrar en un cajón de algún rincón de mi cabeza.

Pero la vuelta a mi espacio natal fue la destrucción de tal paraíso, tuve sin saberlo un choque cultural con mi propia cultura (la que habían elegido que fuera la mía). Pensé que era lo suficientemente fuerte como para que eso no me derrotara, pero poco a poco, con el paso del tiempo que me mantuve aquí, con el pan con tomate, patrimonio de la humanidad, se me mezclaron tantos pensamientos contradictorios que enloquecí. Quería volver a volar, a recoger esas preciosas alas que tanta felicidad me habían dado… fui derrotada de nostalgia.

Así que decidí andar, dejando mi orgullo a un lado y andar, haciendo camino de machados y laberintos de Borges, sin saber muy bien hacia donde, reconstruyéndome, pieza por pieza, aunque algunas no las conseguí encajar muy bien y necesité un poco de tiempo para averiguar que eran de otro puzle.

Mi presente, que ya es poco a poco mi pasado, es y fue una nueva manera de pisar lo desconocido, un reto al cual nunca me había encontrado, hacer un viaje en pareja. Pintado de amor, de llanto y vivencias que eran nuevas en mi construcción del viaje. Ya a los 20, hice en este último verano un vuelo a Marruecos, cruzando de forma improvisada del mar, a las montañas hasta llegar al desierto, donde cada noche de luna mis pies, que ahora ya eran 4, creaban el camino un poco a ciegas. No sé muy bien qué palabras poner para inmortalizar este viaje en este relato, cada vez que lo pienso para recordarlo la primera imagen que veo es una luz naranja que pinta nuestros cuerpos. Creo que realmente crecimos en ese viaje, vivimos y morimos en varias ocasiones, fueron muchos viajes dentro de este todo, lleno de escenas distintas y sensaciones peculiares. Necesitaría un poco más de tiempo para hacer una síntesis, porque sólo lo podría narrar con colores, formas y acuarelas con serpientes.

¿Mi futuro?

Migrante…